jueves, 19 de agosto de 2010

Terroristas en el tren

El tren se quedó otra vez entre Ciudadela y Liniers en plena hora pico. Las distancias interpersonales dejaban que uno conozca los más profundos aromas, registre el ritmo cardíaco y hasta pueda contar la cantidad de poros del compañero de viaje más cercano. Mirando el reloj incansablemente una y otra vez, como si el tiempo corriera más vertiginoso. Ya nadie leía el Olé del vecino, ni tampoco se bancaban las puteadas de la negra Vernaci en la radio que a esa hora ya exasperaban más que otra cosa. Era temprano para explotar y tarde para buscar otra manera de viajar. El tiempo pasaba denso y cansino. Nada aliviaba la espera. El aire se volvía más pesado, y ya no había ringtones nuevos seguidos del clásico “avisa que llego tarde”. Algunos, con más experiencia, buscaban destrabar las puertas, al menos para que entre aire, sacando las tapas que cubren los mecanismos internos de la formación, una especie de cirugía mayor a mano pelada. Hasta que los que pudieron bajar a las vías desde el furgón por las ventanas vieron a lo lejos movimientos raros en los techos y en la locomotora. Lo extraño era que las siluetas que se percibían no se parecían a los pibes que aspiran bolsitas, sino que tenían pashminas y eran más corpulentos que lo imaginado originalmente. Se percibía que los tipos gritaban entre sí, pero la distancia hacía que los gritos se transformen en murmullos que se mezclaban con el bochinche del vagón.


De pronto, sin previo aviso, explotó el vidrio de una de las puertas. Y por ahí apareció un tipo que se descolgó del techo del tren. Con la cara tapada y con un Kalashnikov AK 47 amenazante sólo pidió calma con gestos y de inmediato, después de una ráfaga en abanico al techo, volvió a gesticular esta vez pidiendo silencio. Todos acataron el “pedido” y el tipo en un sorprendente castellano dijo “Somos shiítas sunitas deportados y exigimos la resurrección de Sadam”.


Los pasajeros quedaron atónitos. Los nenes lloraban, los viejos temblaban. No sólo por la presencia, sino que ahora la razón también era ésta proclama tan particular. Los que, porque y como se multiplicaron en tonos, tonadas y volúmenes diversos. Hasta que un osado guardián imperial académico, ciertamente un tanto fumateado, se acercó peligrosamente al barbado visitante inesperado. “¿Qué onda gato?” le dijo agresivamente acercando su mentón y a modo de presentación. Y cuando la mayoría se preparaba para atajar balas, la sorpresa vino del lugar menos pensado.


“Mirá máquina, acá es fácil tomar rehenes, cualquiera corta rutas, el tren se frena solo y hacer estos laburitos de manera tercerizada es una papita. Yo soy de la banda de Chaca, pero por esto me pagan en euros y, además, puedo quedarme con el fierro y la pilcha por que los turcos no se los quieren llevar de vuelta”. Y a partir de ahí el día en el vagón cambió. El terrorista conchavado agregó que “los pesados están adelante esperando que lleguen los canales de noticias o que llame Guillermo Andino” y enfatizó en que “esos si son turcos y no se les entiende una goma”. Después, y ya con un mate mediante que llegó desde el furgón, el susodicho dijo que se comunican con los cabecillas gracias a los servicios del traductor que fue a Sudáfrica con HUA y que, sólo por esta vez, lo hace de onda para abrir nuevos mercados en Oriente Medio.

El común de la gente, que antes estaba azorada, a esta altura, ya no sabía que esperar. Pero la realidad, inexorable, dio las respuestas que se esperaban. El guardián imperial prosiguió como si nada hubiera pasado, y destrabó el silencio. “¿De Chaca? ¿A quién piensan resucitar?”.

El tercerizado llevó luz argumentando “y si pá’, desde que se fue Luisito no hay una moneda en San Martín, y en referencia a tu segunda pregunta –dijo a modo de entrevistado en rueda de prensa- puedo sostener que los islámicos buscaron un lugar accesible en costos, con pocas chances de fracaso para sus planes y donde los políticos resuciten todo el tiempo sin importar demasiado cuales fueron sus obras de gobierno. Además, y como adelanto exclusivo para todos los presente, estoy en condiciones de afirmar que Punta del Este les gustó mucho en esta época del año. Así sólo tuvimos que conformar un combo especial para la ocasión. Fuerza de choque, abogados especializados en terrorismo, testigos falsos, jueces adecuados, jurisprudencia asegurada y por último un traductor sin cargo. Parece que a los barbetas el número les cerró y acá estamos”, agregó ya salido de todo protocolo.


A esta altura el AK 47 ya se paseaba de mano en mano tal como pasa el sapo disecado en los trabajos prácticos de biología en el laboratorio del secundario. El funebrero musulmán, ya con mucha confianza, se sacó la pashmina de la cara, desabrochó el poncho que llevaba y mostró extrañamente contrariado un chaleco de explosivos “¿estos flacos no se cagan de calor con todo esto y encima con barba y turbante?”.

Evitando quedar en evidencia, cada tanto pegaba un grito intimidatorio. Mientras guiñaba un ojo y hacía gestito de idea para hacer la situación más light. A la distancia veía que su pañuelo árabe también iba en exhibición itinerante dentro de la formación férrea, y ya no le gustó tanto la idea. “Miren que el pañuelito ya me lo pidió mi chica!”.

Contra una puerta, un flaco contrariado sólo pensaba en su llegada tarde. Lo encaró al malo de la película y le pidió piedad social para poder conservar el trabajo. El señor terrorista, no dudó y accedió. Le dio un certificado internacional de rehén que traía fotocopiado, con una firma ilegible como la proclama que se veía en las imágenes que ilustraban ese papelucho.

Las crónicas contarán que las cámaras llegaron, que Andino pudo hablar con el traductor de HUA porque a los líderes no logró entenderlos, y que el tema se destrabó cuando llegaba la noche y todos quisieron ir a ver Racing – All Boys incluídos los musulmanes y los comepizza del grupo Halcón.