¿De dónde viene este vértigo? ¿De donde salió esta vorágine cotidiana que nos hace olvidar de cómo estábamos hace “apenas” unos años o de las elecciones que dejaron a esta mujer como presidenta? La vida de un país se escribe en décadas y siglos y no podemos pretender que la economía, ni la vida de millones cambie rotundamente en un abrir y cerrar de ojos desde el punto de vista histórico.
A fines de 2001 nadie quiso, pudo o supo como mantener este país medianamente habitable hasta que nos fuimos por el barranco, sacudón de la mafia bonaerense mediante. En esa desbarrancada aprendimos que diez años de convertibilidad tuvieron un costo imperdonable, que la voracidad de las empresas y empresarios expulsó literalmente a mucha gente del sistema y sobre todo que no podemos ser tan egoístas de pensar en las cuotas cuando enfrentamos las urnas, esas urnas que ratificaron a esta señora al frente del poder ejecutivo hace no mucho.
Hace casi diez años se generó un hito. La barranca abajo fue acompañada por el tronar de los cacharros en las plazas y terminó por eyectar a De la Rúa y compañía en un contexto de saqueos, desocupación y hambre. Si, hambre. Hago el paralelo con el cacerolazo original para tener parámetro de lo que “estamos” pidiendo. ¿Anoche que se pedía? Que se fuera Cristina, que dejen comprar dólares libremente, que permitan viajar a todos, que no se reforme la constitución, que no haya re-reelección, que no haya corrupción e inseguridad, que haya más libertad de expresión, que no se use tanto la cadena nacional, que… ¿qué? Uno veía los canales y cada cual titulaba con un reclamo distinto. ¿Eran todos esos los motivos? Permítanme no sentirme identificado con el 80% de ellos. Sí apoyo el pedido de más seguridad y menos corrupción. Del resto no puedo formar parte. Del resto no, porque yo grité, escribí y salté en diciembre 2001 para que se termine un ciclo, pero después eso siguió, siguieron los mismos, no se fue nadie. En los meses siguientes compartí piquetes, escribí y canté para reclamar y defender la salud, la educación, el trabajo y la inclusión de los expulsados. Con el tiempo esos reclamos paulatinamente fueron cambiando por mayores salarios, por cambios en los impuestos a las ganancias y hasta por incorporación de trabajadores tercerizados. El proceso “de mejora” en estos años fue notorio aunque a muchos les pese.
A fines de 2001 nadie quiso, pudo o supo como mantener este país medianamente habitable hasta que nos fuimos por el barranco, sacudón de la mafia bonaerense mediante. En esa desbarrancada aprendimos que diez años de convertibilidad tuvieron un costo imperdonable, que la voracidad de las empresas y empresarios expulsó literalmente a mucha gente del sistema y sobre todo que no podemos ser tan egoístas de pensar en las cuotas cuando enfrentamos las urnas, esas urnas que ratificaron a esta señora al frente del poder ejecutivo hace no mucho.
Hace casi diez años se generó un hito. La barranca abajo fue acompañada por el tronar de los cacharros en las plazas y terminó por eyectar a De la Rúa y compañía en un contexto de saqueos, desocupación y hambre. Si, hambre. Hago el paralelo con el cacerolazo original para tener parámetro de lo que “estamos” pidiendo. ¿Anoche que se pedía? Que se fuera Cristina, que dejen comprar dólares libremente, que permitan viajar a todos, que no se reforme la constitución, que no haya re-reelección, que no haya corrupción e inseguridad, que haya más libertad de expresión, que no se use tanto la cadena nacional, que… ¿qué? Uno veía los canales y cada cual titulaba con un reclamo distinto. ¿Eran todos esos los motivos? Permítanme no sentirme identificado con el 80% de ellos. Sí apoyo el pedido de más seguridad y menos corrupción. Del resto no puedo formar parte. Del resto no, porque yo grité, escribí y salté en diciembre 2001 para que se termine un ciclo, pero después eso siguió, siguieron los mismos, no se fue nadie. En los meses siguientes compartí piquetes, escribí y canté para reclamar y defender la salud, la educación, el trabajo y la inclusión de los expulsados. Con el tiempo esos reclamos paulatinamente fueron cambiando por mayores salarios, por cambios en los impuestos a las ganancias y hasta por incorporación de trabajadores tercerizados. El proceso “de mejora” en estos años fue notorio aunque a muchos les pese.
¿Ese proceso como se inserta en el contexto histórico? El mundo habla de la crisis europea, de si Argentina está o no blindada frente a ello o si tendrá o no sacudones. ¿En que estamos nosotros? Ah… reclamando por los dólares, los viajes, la libertad de prensa… En 10 años pasamos de pedir trabajo a protestar para que las importaciones permitan la entrada del Iphone o que podamos comprar dólares o que podamos ir a Miami sin controles.
En 10 años uno crece, aprende y se desarrolla como persona, como país ese tiempo es poco. Somos una nación joven, con una democracia adolescente, histérica y treinteañera. Una democracia que ya tuvo muchas elecciones, pero donde los políticos precisamente no nos dieron elección: siempre fue más de lo mismo.
Ayer no hubo ganadores, porque la situación en la que estamos es culpa de todos los dirigentes, pero el único que se percató de ello fue Binner. El resto se regocijó viendo la plaza llena de cacerolas, las mismas que si hoy se cargan a Cristina, van a cargarse al que está viéndola caer con una sonrisa, simplemente porque hoy nadie sabe, quiere o puede hacer que éste país madure sin estos espasmos.
La voracidad y la ambición desmedida hacen que se recuerde con anhelo aquellos años donde todos los veranos se generaba un éxodo hacía destinos exóticos, donde la última tecnología era frecuente y donde hablar de dólares era moneda corriente. Esos tiempos pasaron y dejaron su tendal de víctimas. Algunas de ellas pudieron ir recuperándose, pero la lección debe estar bien sabida. No podemos pretender que nos exploten los bolsillos cuando hace menos de 10 años estuvimos a la deriva.
El vértigo, la vorágine y las naves a la extratosfera son las herencias de un tiempo que merecimos vivir y prolongar de otra manera, quizás con otras decisiones y quizás hasta con otra postura, una menos complaciente, más firme y exigente. Una postura más adulta, más pensante y sobre todo mas participativa, que se olvidara de los viajes al exterior y que pensara más en los profesionales que terminaban en los taxis. Quizás fue una década donde nuestro instinto de supervivencia como sociedad estuvo a prueba y donde no nos importó que cada vez fuesen menos los privilegiados. Ese tiempo fue el origen de esta histeria, de este gen irritante que hace que miles salgan a la calle a protestar por… ¿porque? ¿por todo o por algo en especial? Yo prefiero ser espectador esta vez. Al menos hasta que tenga un poco más claro porque protestar y que valga la pena sacudir el avispero.
En 10 años uno crece, aprende y se desarrolla como persona, como país ese tiempo es poco. Somos una nación joven, con una democracia adolescente, histérica y treinteañera. Una democracia que ya tuvo muchas elecciones, pero donde los políticos precisamente no nos dieron elección: siempre fue más de lo mismo.
Ayer no hubo ganadores, porque la situación en la que estamos es culpa de todos los dirigentes, pero el único que se percató de ello fue Binner. El resto se regocijó viendo la plaza llena de cacerolas, las mismas que si hoy se cargan a Cristina, van a cargarse al que está viéndola caer con una sonrisa, simplemente porque hoy nadie sabe, quiere o puede hacer que éste país madure sin estos espasmos.
La voracidad y la ambición desmedida hacen que se recuerde con anhelo aquellos años donde todos los veranos se generaba un éxodo hacía destinos exóticos, donde la última tecnología era frecuente y donde hablar de dólares era moneda corriente. Esos tiempos pasaron y dejaron su tendal de víctimas. Algunas de ellas pudieron ir recuperándose, pero la lección debe estar bien sabida. No podemos pretender que nos exploten los bolsillos cuando hace menos de 10 años estuvimos a la deriva.
El vértigo, la vorágine y las naves a la extratosfera son las herencias de un tiempo que merecimos vivir y prolongar de otra manera, quizás con otras decisiones y quizás hasta con otra postura, una menos complaciente, más firme y exigente. Una postura más adulta, más pensante y sobre todo mas participativa, que se olvidara de los viajes al exterior y que pensara más en los profesionales que terminaban en los taxis. Quizás fue una década donde nuestro instinto de supervivencia como sociedad estuvo a prueba y donde no nos importó que cada vez fuesen menos los privilegiados. Ese tiempo fue el origen de esta histeria, de este gen irritante que hace que miles salgan a la calle a protestar por… ¿porque? ¿por todo o por algo en especial? Yo prefiero ser espectador esta vez. Al menos hasta que tenga un poco más claro porque protestar y que valga la pena sacudir el avispero.