Cena, algo parecido a un postrecito y a la cama. La rutina se repetía cada noche. Pero ese sábado algo distinto pasó. Después de caer rendido en la cama, de dar vueltas sin sentido en la cama y haber recorrido muchas veces la grilla de canales del cable, finalmente, logré quedar dormido. La noche parecía una más. El aire acondicionado hacía su trabajo. Hasta que un sudor frío recorrió mi costado derecho, ya sin sábanas, y me despertó. La penumbra de la noche y el calor se desplomaban al unísono y sin piedad sobre todos los habitantes de la ciudad. La luna asomaba tímidamente por la ventanita enrejada del pequeño baño que estaba cerca de la habitación. La luz que encendí estaba sobre el espejo y era la única que veía en todo el vecindario. Encandilado, más por el sueño que por la potencia de la miserable lamparita, entrecerré los ojos y entré dando tumbos. Cerré sigilosamente. Casi tanteando, logré ubicarme confortablemente dentro del pequeño área sanitaria. Miré el reloj. Eran las 3:26 de la madrugada. Lo único placentero era sentir el fresquito del piso soportando mis pies descalzos. El sueño me vencía y la caída de los párpados era clara señal de ello. La mente trataba de dominar al cuerpo. Pero no. El sueño era amo y señor. Abro los ojos. 3:32 decía el reloj. Bueno, no me dormí tanto pensaba. Ya quería estar teletransportado de nuevo bajo las sábanas. Pero la luz seguía prendida. El índice se separaba del resto de los dedos para alcanzar la tecla y dejar el lugar en la oscuridad que se encuentra cada noche. Pero un leve ruido en la puerta corrediza me detuvo. Sería el sueño que tenía pensé. Froté vigorosamente los ojos para concentrarme. El brazo volvió a elevarse para llegar al interruptor de la luz, y cuando no llegaba a la mitad del camino que debía recorrer PUM PUM… Dos golpes secos ratificaron los anteriores. Más contundentes, más misteriosos, más inobjetables. Entre sorprendido y atemorizado, realmente quedé estupefacto. La puerta comenzó a vibrar. Primero levemente y luego más notoriamente. Se sentían pequeños arañazos en la parte baja. Juro que me asusté. Sentía el corazón en la garganta. Traté de serenarme. Hice todo el silencio que pude. Y mucho más de eso también. El silencio era total. Acerqué mi oreja izquierda lentamente. Ni siquiera quería dar un paso. Del otro lado se escuchaban ruidos guturales, pero leves. PUM ! Otro golpe sorpresivo y mucho más sobresaltador. Siempre con los pies en el mismo lugar, intenté llegar al interruptor. Estiré mi brazo derecho hasta llegar a hacer contacto. Simultaneamente que desactivo el circuito eléctrico mis ojos ven un líquido viscoso que comienza a adentrarse por debajo de la puerta. El desconcierto era total. La oscuridad no hizo más que agitar a la bestia. Del otro lado los ruidos guturales se aceleraban. Y los golpes empezaron a ser mas fuertes. Más frecuentes. Más desesperados. Mi pié derecho, el más próximo a la puerta, ya sentía la humedad viscosa que llegaba hasta mí. Dudé en gritar, en encender las luces. O simplemente en quedarme ahí. Esperando… lo que tenga que pasar. Pero tomé coraje sin saber de donde. Como única arma enrollé la revista Viva que estaba en el vanitory. Puse silenciosamente mi espalda contra la pared. Estiré mi mano derecha hasta el extremo de la puerta mientras los golpes seguían salvajemente. Esperé un segundo. Tomé aire y me decidí. Había que sorprender a esa bestia, darle al menos un susto y escapar de allí entero o a pedazos. El dedo mayor estaba listo para el tirón de apertura. La mano izquierda cerró firmemente el puño para que el arma sea más contundente. Abrí la puerta. En ese microsegundo esperaba recibir un zarpazo, una mordida o al menos un golpe. Pero no. En dos zancadas logré salir del baño. Corrí por el pequeño pasillo. Llegué al dormitorio. Cerré la puerta. Enciendo la luz. Y Naty me dice "Mira que Luly se bajó de la cama y te fue a buscar al baño".
lunes, 19 de marzo de 2012
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