Y corrió como nunca antes. Todavía escuchaba el eco del disparo que inició su corrida. Con las pulsaciones a mil, con la sangre que le hervía y los ojos lagrimeando por el esfuerzo y el sudor. Tenía un objetivo claro. Seguir corriendo todo lo que pueda, y lo más rápido posible. Sin parar un segundo, giraba su cabeza levemente hacia la derecha y miraba por el rabillo del ojo para que nadie lo alcance, y ni siquiera que se le acerque. Seguro de que su esfuerzo nació hijo de la desesperación y la necesidad. Las rodillas altas, las puntas del pie flexionadas para despegarse fuerte del piso, y los brazos agitándose oscilantes a noventa grados. Los talones buscando acercarse lo más posible al glúteo para volver a retomar el ciclo rebotando contra el piso. Con cada paso llegaba a escuchar a la distancia los gritos de la gente, esa misma que seguro quería tocarlo y agarrarlo. El tiempo corría y las piernas no dudaban en batirse con más fuerza para seguir adelante. A lo lejos se podía ver el fin del esfuerzo, y ya no importaba la gente o lo que pasara cuando esto acabe. Aunque todo termine ya, a esa altura era imposible olvidar…
a) …el susto que tuvo cuando el cana de la esquina tiró al aire con su Itaka pensando que se le venía encima con el Negro Sombra. Estaba claro, no podían disimular que llevaban la delincuencia en la sangre.
b) …toda la preparación previa, el sacrificio y la alegría de llegar a los Juegos Olímpicos. La familia iba a estar orgullosa con el sólo hecho de verlo en esa clasificatoria.
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